sábado, 18 de marzo de 2017

End of Transmissión


El mundo no tiene luz. Puede que ni siquiera sea el mundo.


Boquea. Respira y vuelva a boquear. El mundo no tiene luz pero sí tiene sonido. El sonido acelerado de sus latidos cardíacos, el de su respiración entrecortada. Sus branquias se cierran de repente y boquea con más fuerza hasta que sus pulmones entran en acción. Más sonidos, más latidos, mas palpitaciones furiosas. Más oxígeno.
Puede que el mundo tampoco tenga sonidos porque todos los que oye son suyos.
El mundo no tiene luz ni sonido. Se para, se toca, respira. El mundo no tiene luz ni sonido. Ni siquiera tiene oscuridad. Ni siquiera tiene silencio.
Puede que los haces coherentes hayan fallado, puede que su densidad no haya sido la adecuada o que el direccionamiento posicional de las antenas no haya sabido concretar a través de los parsecs el destino. Puede que una mínima desviación le haya matado. Simplemente le haya matado.
Puede que el mundo tenga luz y él o ella, o lo que sea la configuración programada en las memorias de quíntuple capa de proceso aleatorio constante hayan pensado para el reagrupamiento de sus sinapsis, no tenga ojos. También puede ser eso.
Los aprieta y le duelen, le duelen como solo pueden doler si existen o si se recuerda su existencia.
Sus oídos están ahí. También están ahí. Se acostumbran, se abren enlazando sus canales modificados, sus membranas reforzadas y expandidas para captar más allá de lo que los demás captan, más lejos que lo que los demás oyen.
Como sus extremidades reforzadas con bioacero de aleación mimética y tecnopiel de El Núcleo le llevan a donde otros no pueden ir, la permiten saltar a lugares que otros ni siquiera pueden mirar; como su pecho acorazado con polímeros de alta densidad y huesos huecos de base de titanio carbonatado y médula cambiante, también de El Núcleo, le permiten resistir lo que otros son incapaces siquiera de imaginar.
Como sus alas le permiten volar.
Sus oídos captan por fin el silencio. Sus ojos siguen sin percibir la oscuridad. No tiene referencias. No tiene luz con la que comparar, no tiene sombras en las que escrutar. El mundo no tiene luz.
Se han empleado generaciones de vida y muerte en hacerle como es, en enviarle a donde está y ahora un ínfimo error le ha llevado a donde no debería estar. O cuando no debería estar. También puede ser eso.
Puede que esté donde tiene que estar pero no cuando tiene que estar. Pueden ser muchas cosas. Demasiadas.
Pero él es lo que es y tiene que hacer lo que tiene que hacer. Se toca el pecho reforzado y busca el interruptor.
Está ahí. Siempre está ahí. Las memorias de quíntuple capa no pueden fallar en eso. Nadie lo reconfigura. Nadie lo cambia. De hecho, él está construido y reconstruido alrededor del interruptor, no a la inversa. El interruptor nunca deja de ser lo que es. Lo demás, todo lo que está alrededor y configura su existencia ha cambiado tantas veces que podría ser cualquier cosa o no ser nada.
Lo pulsa.
No ve ocurrir nada aunque sabe que está ocurriendo todo. Sabe que el rayo sale y no dejara de salir. Sabe que atravesará cualquier sustancia y la falta de cualquier sustancia. Sabe que no cesará. Que llegará.
Que les dirá que el mundo no tiene luz.

Y duerme. Podría concentrase y esperar, podría reponerse y explorar. Pero duerme. Es más seguro. Cerrar los ojos y dormir siempre es más seguro en un mundo que no tiene luz.