El mundo no
tiene luz. Puede que ni siquiera sea el mundo.
Boquea.
Respira y vuelva a boquear. El mundo no tiene luz pero sí tiene sonido. El
sonido acelerado de sus latidos cardíacos, el de su respiración entrecortada. Sus
branquias se cierran de repente y boquea con más fuerza hasta que sus pulmones
entran en acción. Más sonidos, más latidos, mas palpitaciones furiosas. Más
oxígeno.
Puede que el
mundo tampoco tenga sonidos porque todos los que oye son suyos.
El mundo no
tiene luz ni sonido. Se para, se toca, respira. El mundo no tiene luz ni sonido.
Ni siquiera tiene oscuridad. Ni siquiera tiene silencio.
Puede que los
haces coherentes hayan fallado, puede que su densidad no haya sido la adecuada
o que el direccionamiento posicional de las antenas no haya sabido concretar a
través de los parsecs el destino. Puede que una mínima desviación le haya matado.
Simplemente le haya matado.
Puede que el
mundo tenga luz y él o ella, o lo que sea la configuración programada en las
memorias de quíntuple capa de proceso aleatorio constante hayan pensado para el
reagrupamiento de sus sinapsis, no tenga ojos. También puede ser eso.
Los aprieta y
le duelen, le duelen como solo pueden doler si existen o si se recuerda su
existencia.
Sus oídos
están ahí. También están ahí. Se acostumbran, se abren enlazando sus canales
modificados, sus membranas reforzadas y expandidas para captar más allá de lo
que los demás captan, más lejos que lo que los demás oyen.
Como sus
extremidades reforzadas con bioacero de aleación mimética y tecnopiel de El
Núcleo le llevan a donde otros no pueden ir, la permiten saltar a lugares que
otros ni siquiera pueden mirar; como su pecho acorazado con polímeros de alta
densidad y huesos huecos de base de titanio carbonatado y médula cambiante, también
de El Núcleo, le permiten resistir lo que otros son incapaces siquiera de
imaginar.
Como sus alas
le permiten volar.
Sus oídos
captan por fin el silencio. Sus ojos siguen sin percibir la oscuridad. No tiene
referencias. No tiene luz con la que comparar, no tiene sombras en las que
escrutar. El mundo no tiene luz.
Se han
empleado generaciones de vida y muerte en hacerle como es, en enviarle a donde
está y ahora un ínfimo error le ha llevado a donde no debería estar. O cuando
no debería estar. También puede ser eso.
Puede que esté
donde tiene que estar pero no cuando tiene que estar. Pueden ser muchas cosas. Demasiadas.
Pero él es lo
que es y tiene que hacer lo que tiene que hacer. Se toca el pecho reforzado y
busca el interruptor.
Está ahí.
Siempre está ahí. Las memorias de quíntuple capa no pueden fallar en eso. Nadie
lo reconfigura. Nadie lo cambia. De hecho, él está construido y reconstruido
alrededor del interruptor, no a la inversa. El interruptor nunca deja de ser lo
que es. Lo demás, todo lo que está alrededor y configura su existencia ha
cambiado tantas veces que podría ser cualquier cosa o no ser nada.
Lo pulsa.
No ve ocurrir
nada aunque sabe que está ocurriendo todo. Sabe que el rayo sale y no dejara de
salir. Sabe que atravesará cualquier sustancia y la falta de cualquier
sustancia. Sabe que no cesará. Que llegará.
Que les dirá
que el mundo no tiene luz.
Y duerme.
Podría concentrase y esperar, podría reponerse y explorar. Pero duerme. Es más
seguro. Cerrar los ojos y dormir siempre es más seguro en un mundo que no tiene
luz.